YNAB vintage

Soy mayor. 

La primera tarjeta de crédito que hubo en mi casa apareció cuando yo tenía 17 años. Mi padre, que era el titular, me mandaba al único cajero que su banco tenía en Oviedo a sacar dinero, el Banco de Bilbao en la Calle de San Francisco, casi frente a la Catedral, nada cerca de dónde vivíamos, por cierto.

Antes de eso, mucho antes, recuerdo cuando en mi casa se cobraba, en efectivo.

Venía el cartero.

Llegaba con una inmensa y pesada cartera de cuero al hombro, llena rebosar.

No era un cartero, era “el cartero”.

“Buenos días, giro de Barcelona”

Rebuscaba entre las cartas, sacaba un fajo de billetes que contaba y recontaba no sin chuparse antes el pulgar. 

Tras tres recuentos, rebuscaba en los bolsillos de su chaqueta y añadía la calderilla. 

Aquí tiene su giro postal, doce mil seiscientas cincuenta y dos con veintitrés pesetas.

Entregaba un recibo que mi madre firmaba como “señora de xxxxxx”, dejaba una copia y se iba.

Aquel importe se volvía a contar inmediatamente,  antes casi de que se hubiese cerrado la puerta, no fuese a haber una equivocación y ya no hubiese reclamación posible.

No sé cual el pacto doméstico, pero recuerdo que era mi madre quién distribuía el dinero de los gastos de casa: “Esto para la luz, esto para el gas, esto para comida, esto para…” a cada categoría se le ponía una pinza (de las de tender la ropa) y un papel escrito a mano identificando a qué estaba destinado.

Todo eso a su vez, se guardaba en una pequeña caja de metal con llave: “la caja del dinero”

A veces la previsión fallaba y se generaba un pequeño problema. Tenía fácil solución porque las desviaciones debían ser poco cuantiosas: bastaba hacer una “transferencia” entre pinzas.

Otras veces sobraba algo pero ese dinero siempre tenía un destino, fuese un capricho o fuese ahorro.

Supongo que esta forma de actuar parece fruto de la escasez, aunque nunca fui consciente de pasar necesidades. 

Mi padre trabajaba como “representante” de un laboratorio farmacéutico (ahora se le llama visitador médico) y se vivía “bien”

El caso es que esta forma de actuar con el dinero, que mamé, me caló.

Aprendizaje vicario.

Los gastos fijos del mes, contemplados y presupuestados en cuanto llega el dinero.

Los gastos anuales, divididos en partes proporcionales y apartados en sobres, regularmente.

Las compras proyectadas, se van financiando mediante ahorro previo, o mediante amortización establecida de antemano.

Y siempre algo para extras, imprevistos o ahorro.

Tengo una “caja del dinero” con sobres, tal cual.

Esta forma tan rudimentaria, pero tan práctica y sobretodo obvia, no sé si me permite ahorrar $6,000 al mes como promete YNAB, pero seguro que inspiró su filosofía.

Eso sí, sin tantos aspavientos.

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