¡Manifiéstate!

No, no se trata de hacer espiritismo, ni tampoco de alentar oposición política.

Voy a comentar “La Paradoja de Abilene”.

El término (la expresión) fue acuñado por el doctor en psicología social (University of Texas, Austin) y profesor de la Universidad George Washington (Washington DC),  Jerry B. Harvey (fallecido en 2015) en un artículo publicado en 1974, aunque como él mismo escribió su origen está en una charla que dio el 9 de octubre de 1971 ”The Abilene Paradox: The Management of Agreement” (La paradoja de Abilene: la gestión del acuerdo). El nombre del fenómeno proviene de una anécdota que Harvey utilizó en aquel artículo para ilustrar las paradojas en lo que él denomina “empresas neuróticas” (sic)

La anécdota es la siguiente: 

La tarde de julio en Coleman, Texas (con una población de 5.607 habitantes) era especialmente calurosa: 40 grados según el termómetro de Walgreen's Rexall Ex-Lax. Además, el viento levantaba la tierra del oeste de Texas y lo arrastraba a la casa. Sin embargo la tarde seguía siendo tolerable, incluso potencialmente agradable. Había un ventilador en el porche trasero; había limonada fría; y finalmente, había entretenimiento: Dominó. Perfecto para las circunstancias. 

El juego no requería más esfuerzo físico que un comentario ocasional entre dientes: "Mezcladlas", y un movimiento sin prisa del brazo para colocar las fichas en la perspectiva adecuada sobre la mesa. En definitiva, todo apuntaba a una agradable tarde de domingo en Coleman, hasta que mi suegro dijo de repente "Subamos al coche y vayamos a Abilene a cenar a la cafetería".
Pensé: "¿Qué?, ¿ir a Abilene? ¿Cincuenta y tres millas? ¿Con esta tormenta de polvo y este calor? ¿Y en un Buick de 1958 sin aire acondicionado?"
Pero mi esposa dijo: "Suena como una gran idea. Me gustaría ir. ¿Y tú, Jerry?" Como mis preferencias no coincidían con las del resto, respondí: "Me parece bien", y añadí: "Sólo espero que tu madre quiera ir".
"Claro que quiero ir", dijo mi suegra. "Hace mucho tiempo que no voy a Abilene".
Así que nos metimos en el coche y nos fuimos a Abilene. Mis predicciones se cumplieron. El calor era insoportable. Estábamos cubiertos de una fina capa de polvo que se cimentó con la transpiración para cuando llegamos. La comida de la cafetería proporcionaba un material testimonial de primer orden para los anuncios de antiácidos.

Unas cuatro horas y 106 millas después volvimos a Coleman, acalorados y agotados. Nos sentamos frente al ventilador durante un largo rato en silencio. Entonces, tanto para ser sociable como para romper el silencio, dije: "Ha sido un gran viaje, ¿verdad?".
Nadie habló. Finalmente, mi suegra dijo, con cierta irritación: "Bueno, a decir verdad, no lo disfruté mucho y hubiera preferido quedarme aquí. Sólo fui porque todos vosotros, los tres estabais muy animados a ir. No habría ido si no me hubierais convencido".
No podía creerlo. "¿Qué quieres decir con 'todos vosotros'?" Dije. "No me pongas en el grupo de 'todos vosotros'. Estaba encantado de hacer lo que estábamos haciendo. No quería irme. Yo sólo lo hice por satisfaceros al resto. Vosotros sois los responsables".
Mi mujer parecía sorprendida. "No me culpes. Tú, papá y mamá erais los que queríais ir. Yo sólo les acompañé para ser sociable y tenerles contentos. Tendría que estar loca para querer salir con ese calor".
Su padre entró bruscamente en la conversación. "¡Diablos!", dijo.
Procedió a ampliar lo que ya estaba absolutamente claro. "Escucha, nunca quise ir a Abilene. Sólo pensé que podrías aburrirte. Me visitaste tan pocas veces que quise asegurarme de que lo disfrutaras. Hubiera preferido jugar otra partida de dominó y comer las sobras de la nevera".
Tras el arrebato de recriminación, todos nos sentamos en silencio. Éramos cuatro personas muy sensatas que, por nuestra propia voluntad, acabábamos de hacer un viaje de 106 millas a través de un desierto olvidado por Dios, a una temperatura similar a la de un horno y con una tormenta de polvo similar a la de las nubes, para comer una comida desagradable en una cafetería de mala muerte en Abilene, cuando ninguno de nosotros había querido ir. De hecho, para ser más exactos, habíamos hecho justo lo contrario de lo que queríamos hacer. Toda la situación simplemente no tenía sentido.
Al menos no tenía sentido en ese momento. Pero desde aquel día en Coleman, he observado, colaborado y formado parte de más de una empresa que se ha visto en la misma situación. Como resultado, han hecho un viaje de ida y vuelta o, en ocasiones, un viaje terminal a Abilene, cuando lo que realmente querían era ir a Dallas, Houston o Tokio. Y para la mayoría de esas instituciones, las consecuencias negativas de esos viajes, medidas en términos de miseria humana y pérdidas económicas, han sido mucho mayores que para nuestro pequeño grupo de Abilene.

Faltó comunicación.

Por un lado, circunstancias individuales: Con frecuencia, por ser condescendientes, o poco asertivos, o por falta de interés, o por creer que nuestra opinión no es válida, o sencillamente por miedo a ser criticados por disentir… creemos que no llevar la contraria, no manifestar nuestra opinión, o punto de vista ayuda a alcanzar un consenso.

Por otro lado circunstancias colectivas: Indefinición de roles, jerarquía difusa, falta de cohesión o confianza,

En cualquier caso, no comunicar se puede considerar un error. Se puede disentir y ceder, aún dejando clara nuestra oposición (matiza esto)

Sin saberlo, cuando no manifestamos nuestra opinión estamos limitando al grupo, menguando opciones y dejando pasar un montón oportunidades de opinar, debatir, contrastar, y por tanto enriquecer.

Moraleja: cuando se trata de un grupo es tan difícil gestionar los acuerdos como los desacuerdos

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