Otro factor de influencia crítica a la hora de tomar decisiones, además de los heurísticos, y de la parálisis por análisis, es la fatiga por decisión.
Partamos de una definición no muy correcta desde mi punto de vista
La capacidad de tomar decisiones es como un músculo: cuando despertamos por las mañanas está fresco y lleno de fuerza, sin embargo, cada decisión que vamos tomando durante el día -por pequeña que sea- genera un desgaste mental. Esto ocasiona que la calidad de nuestras decisiones vaya bajando.
James Clear en Hábitos Atómicos
Aunque lo del músculo sobra, es cierto que hay una merma escandalosa de calidad en la toma de decisiones a medida que transcurre el día. ¿Tiene esto respaldo científico?
El estudio más conocido al respecto es del año 2011: How Extraneous Factors Impact Judicial Decisionmaking
Investigadores de la Universidad Ben –Gurión del Néguev (Israel), y la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia (New York) evaluaron las decisiones de 8 jueces israelitas.
Se analizaron 1112 sentencias en las que estos decidían acerca de si conceder o no la libertad condicional a los presos.
El estudio se prolongó durante 10 meses y concluyó que a medida que se acercaba la hora de descanso de los magistrados, aumentaba el número de sentencias desfavorables a conceder la libertad condicional; o lo que es lo mismo, en las primeras horas de trabajo y en las primeras horas tras el receso de mediodía, las sentencias eran más proclives a conceder la libertad condicional.
Ante el riesgo de que un reo liberado pudiese cometer un crimen, optaban por la decisión más fácil: denegar la excarcelación (otros casos de toma de decisión más fácil debido a la fatiga se dan en analistas financieros que deniegan más créditos o profesores aprueban a mayor número de alumnos).
La fatiga física la notamos, se nos hace evidente.
La fatiga mental, no tanto.
Y en estado de fatiga mental, somos vulnerables. Podemos tomar decisiones muy cuestionables.
Los efectos más documentados son la compra impulsiva, la evitación de decidir y el deterioro del autocontrol.
Unos grandes almacenes cercanos estaban celebrando unas rebajas, así que los investigadores del laboratorio salieron a llenar el maletero de sus coches con productos sencillos, no exactamente regalos de calidad para bodas, pero lo suficientemente atractivos como para interesar a los estudiantes universitarios. Cuando llegaron al laboratorio, se les dijo que se quedarían con un artículo al final del experimento, pero primero tenían que hacer una serie de elecciones. ¿Preferían un bolígrafo o una vela? ¿Una vela con aroma de vainilla o una con aroma de almendra? ¿Una vela o una camiseta? ¿Una camiseta negra o una camiseta roja? Un grupo de control -llamémosle los no-decidores- pasó un periodo igualmente largo contemplando todos estos mismos productos sin tener que elegir. Sólo se les pidió que dieran su opinión sobre cada producto e informaran de la frecuencia con la que habían utilizado dicho producto en los últimos seis meses. Después, todos los participantes fueron sometidos a una de las clásicas pruebas de autocontrol: mantener la mano en agua helada durante el mayor tiempo posible. El impulso es sacar la mano, por lo que se necesita autodisciplina para mantener la mano bajo el agua. Los que se decidieron se rindieron mucho más rápido; duraron 28 segundos, menos de la mitad de la media de 67 segundos de los del grupo de control. Al parecer, tomar todas esas decisiones había mermado su “fuerza de voluntad”, y no era un efecto aislado. Se confirmó en otros experimentos en los que se evaluó a los estudiantes después de que hicieran ejercicios como elegir cursos del catálogo de la universidad. Para probar su teoría en el mundo real, los investigadores del laboratorio se dirigieron al gran escenario moderno de la toma de decisiones: el centro comercial de las afueras. Entrevistaron a los compradores sobre sus experiencias en las tiendas ese día y luego les pidieron que resolvieran algunos problemas aritméticos sencillos. Los investigadores les pidieron amablemente que hicieran todos los que pudieran, pero les dijeron que podían abandonar en cualquier momento. Sin duda, los compradores que ya habían tomado más decisiones en las tiendas fueron los que más rápido abandonaron los problemas matemáticos. Cuando compras hasta el cansancio, tu fuerza de voluntad también disminuye.
La próxima vez que veas que el turrón está justo en la línea de cajas, ya sabes por qué.
(Aunque efectivamente debería estar TAMBIÉN en si lugar habitual)